A lo largo de nuestra vida vivimos en un continuo ciclo de experiencias que comienzan y que finalizan.
Nos encontramos inmers@s en una temporalidad y la única certeza que tenemos es que todo cambia día con día, aunque en ocasiones podamos preferir no pensar en ello.
Para que algo nuevo surja algo conocido debe de terminar o de transformarse.
Cada final conlleva una despedida que puede experimentarse como una pérdida.
Perdemos el espacio que habitamos en el vientre materno.
Perdemos ese primer llanto y todas esas primeras veces que hacemos algo en nuestra vida.
Perdemos los días que van transcurriendo unos tras otros.
Perdemos una etapa cuando concluimos un ciclo.
Perdemos nuestra niñez cuando llegan las hormonas atolondradas.
Perdemos trabajos.
Perdemos la ilusión de aquella persona que nos gustó y que no se fijó en nosotr@s.
Perdemos nuestra libertad de expresarnos en algunos contextos.
Perdemos la salud y en ocasiones perdemos la enfermedad.
Perdemos la juventud.
Perdemos la posibilidad de la maternidad o de la paternidad cuando decidimos no tener hij@s.
Perdemos compañer@s de otras especies.
Perdemos recuerdos.
Perdemos personas.
Perdemos partes nuestras.
¿Qué hacemos con nuestras pérdidas? ¿En qué se transforman?
El significado del verbo perder está relacionado con dejar de poseer algo que se tenía.
En muchas de las experiencias de nuestra vida y en muchas de nuestras relaciones tenemos la “ilusión” de pertenencia y de permanencia.
Quizá tomar conciencia momento a momento del transcurrir del tiempo, de la impermanencia y de la inminente transformación pudiera ser abrumador.
Podemos encontrarnos tan inmersos en las actividades y en las preocupaciones del día a día que no tenemos la oportunidad para bajar nuestro ritmo y llevar la atención hacia nosotr@s.
Muchas veces no tomamos conciencia de nuestras experiencias y de la forma en la que estas nos impactan.
Existen pérdidas que son el resultado de un proceso paulatino, mediante el cual poco a poco vamos preparándonos.
En ocasiones, los cambios y los procesos de transformación ocurren en el fondo de nuestra experiencia de forma silenciosa, sin mucho movimiento o ruido aparente. Hasta que en determinado momento la figura se hace presente.
No notamos la línea que poco a poco se va formando en nuestro rostro hasta que se convierte en arruga y salta a la vista.
Tal vez no tomamos mucha conciencia de la distancia y de la desconexión que va surgiendo entre nosotr@s y otra persona hasta que nos damos cuenta que ya no tenemos nada en común.
Cuando los finales y los cambios son el resultado de nuestras elecciones podemos ya sea sentir paz y tranquilidad o por lo contrario podemos experimentar culpa y vergüenza.
Una decisión puede traer crecimiento a nuestra vida, abrir paso a nuevas posibilidades sin dejar de implicar un final, una renuncia y una despedida.
Al comenzar una relación de pareja monógama renuncio a relacionarme erótico-afectivamente con otras personas.
Un comienzo conlleva también un final. La renuncia a todas las demás posibilidades que al menos en ese período de tiempo no experimentaré.
Hay algunas pérdidas que suceden de forma imprevista, sin que podamos evitarlas, de forma violenta, cambiando por completo algunas circunstancias en nuestras vidas.
El impacto que tienen los cambios en nuestra vida, podrán variar de acuerdo a un gran número de factores entrelazados entre sí, tales como a la naturaleza de lo que se pierde, el significado que le damos, el momento de vida en el que nos encontramos, nuestros recursos, el entorno que nos rodea, los apoyos con los que contamos, entre muchos otros.
Algunos finales transcurren sin generar mayor impacto en nuestra vida.
Otros dejan ciertas heridas de mayor o menor profundidad.
Algunas de estas heridas pueden cicatrizar por si solas, sólo es cuestión de tiempo.
Otras necesitarán un poco más de cuidados y habrá otras que requieran mucha atención, tiempo, paciencia y dedicación.
Aquellas pérdidas significativas que no tenemos la oportunidad de asimilar pueden ir quedando como una serie de asuntos inconclusos en nuestra vida, pueden impactar en nuestras decisiones, en nuestras formas de relacionarnos y en nuestra forma de sentir.
Es importante reconocer aquello que perdimos con un cambio o con una transformación.
Darnos cuenta de qué representó ese tiempo, esa experiencia, esa persona en nuestra vida.
Poder identificar si nos quedamos con algún pendiente o con alguna necesidad que no pudo ser satisfecha.
Tomar conciencia de qué aspecto de esa vivencia, de esa persona que fuimos, o de aquella persona con la que nos relacionamos que ya no está presente permanece en nosotr@s y se ha integrado como parte de nuestro ser.
No perdí el calor que me daba el amor de mi mamá en mi infancia, la complicidad con mi hermano, mis días de adolescente desenfrenada, las amigas de mi pasado, los amores de mi vida, mis fracasos, mis luchas y dolores, los momentos de disfrute, de contemplación, de silencio, de placer, todos ellos son parte de mí.
Todas nuestras experiencias pasadas, todo lo que en algún momento formó parte de nuestra vida, todo lo vivido, lo sentido, lo perdido y lo ganado, forman parte de los ladrillos que conforman a la persona que hoy somos.
Psic. Teresa Salgado Borge
Psicoterapeuta Gestalt
Súper bonita y necesaria reflexión