En mi experiencia como terapeuta, los pacientes llegan con una expectativa, aún cuando no tengan clara cuál es esta; en algunos casos saben de antemano qué es lo que esperan lograr y van directo a su proyecto personal, con esperanza; en otros casos no saben que es aquello que buscan pero tienen la certeza de que necesitan ayuda para cambiar algo en sí mismos o en sus vidas.
Al estar frente al paciente siento un inmenso respeto porque para él/ella en este espacio juntos, representa un intento de sentirse mejor, un voto de confianza para pasar de la soledad al apoyo y yo soy en este momento ese apoyo; la conciencia de esto me ayuda a estar presente en los momentos en los que me cuenta estarlo.
Mi duda -y al pensarlo recuerdo a Carl Rogers- es sí podré darle a la persona que está frente a mí lo que necesita, el apoyo que necesita, sí podré brindar las condiciones necesarias para una co-construcción sanadora y de crecimiento.
En ocasiones, siento que mi paciente y yo vamos construyendo juntos caminos de encuentro, momentos en los que puedo aportar la visión estética a su problemática, de modo que puedo disfrutar ver a una persona que reconfigura su forma de ver algo de sí misma o de una situación, que comienza a percibir Gestalts más amplias; en otras ocasiones, noto a mi paciente y a mi atrapados en una red de contenido sin fin, que no es claro para quién es más tedioso, si para él/ella o para mí.
Hay momentos en los que al sentir el apoyo suficiente se permite hacer algo novedoso en la sesión, quizá permitiéndose decirme lo que significa nuestro espacio de terapia en su vida, tal vez pudiendo decirme algo que hice y que le enojo en alguna sesión, atreviéndose por primera vez a poner voz a su sentir auténtico frente a otra persona y ser recibido, no sin que esto pudiera generarle miedo, vergüenza, culpa, pero arriesgándose y confiando en que nuestra relación resistirá el conflicto, que no me iré, ampliando la forma de experimentarse a sí mismo, descubriendo nuevas posibilidades, de nuevo la esperanza.
Otras veces el decirnos qué nos pasa uno frente al otro, cómo nos impactamos mutuamente sirve para abrir un canal relacional en el que podemos detenernos para observar la forma en la que nos tocamos mutuamente y cómo evitamos el contacto.
Hay sesiones en las que me descubro totalmente implicada, fluyendo ambos en una danza sanadora; en otras ocasiones me resulta extremadamente difícil encontrar el camino para llegar al encuentro y puedo tomar conciencia de mi temor de no lograr brindarle ese espacio nutricio, encontrándome de esta forma cara a cara con mi autoexigencia de ser “buena terapeuta” y por supuesto la posibilidad de no serlo del todo; algo que me ayuda en las temporadas de vacas flacas -ya sea de poca carga de empatía, implicación, presencia, relación dialogal o simplemente con dificultad de acompañar gestálticamente- es mi terapia personal y la supervisión de casos, esto me permite ampliar mi campo perceptivo, de mí misma y de la situación con mi paciente , puedo dejar de cargar sola con el peso desesperante de sentirme perdida. Sin duda apoyarme me ayuda para poder apoyar a mis pacientes.
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