En mi experiencia como paciente, solía comenzar un proceso de terapia movida ya sea por una incomodidad con mi propia vida o por alguna situación en específico que me estuviera haciendo sentir desesperada, ansiosa, o simplemente necesitada de ayuda.
Independientemente de lo que me empujara a ir a terapia, llámese vacío existencial o circunstancias de mi vida transitorias, sabía que en el fondo de mi había algo mayor afectándome, aquello que a solas intentaba descifrar o dejar de sentir, que no me atrevía a compartir con nadie, quedando confinado en una especie de cueva solitaria, por lo que a obscuras y bajo piedras pesadas se encontraba aquel tema sustancial de mi vida.
Ahora puedo ver claramente que sentía vergüenza ante la posibilidad de revelar algunas experiencias de mi existencia frente a un otro, sabía que ponerlo en palabras frente a mi terapeuta me dejaría irrevocablemente expuesta. Por lo cual podía hablar de muchos temas de mi vida, pero siempre dejando para un futuro aquellas partes de mí que me hacían sentir inadecuada o poco digna.
En mi propia experiencia, revelar aquellos temas de mi vida que me avergonzaban, me ayudo a verlos en perspectiva, a darme cuenta junto a una persona que me hacía sentir recibida y acompañada, que los monstruos no eran tan grandes como imaginaba, y finalmente pude poco a poco ir reconciliándome con ellos.
Me doy cuenta de que no hubiera podido hacerlo sola, que sentirme aceptada y recibida fue el apoyo que me ayudó a dejar de luchar contra mí misma y a aceptarme cada día más.
Cuando un paciente llega a terapia, suele llegar con una expectativa, buscando algo en particular o simplemente intentando sentirse mejor.
Algunas veces la persona sabe qué es aquello que le asusta, que le avergüenza, que le duele, pero en otras ocasiones esto está fuera de su conciencia, en el fondo, y la figura dominante puede no corresponder a su verdadera necesidad, sin embargo, hay un intento desesperado de que algo cambie o mejore en su vida.
El/la paciente va descubriendo aspectos de sí mismo, va ampliando la conciencia de sus formas de experimentarse, de percibir, de relacionarse, algunas veces estos insights pueden ser muy reveladores y pueden incluso hacerle sentir más fuerte.
En otras ocasiones, lo que va revelándose en la terapia puede resultar confrontante, ir contra la imagen que ha construido frente a sí mismo y ante los otros. La persona puede descubrir que su experiencia no coincide con las expectativas sociales introyectadas, puede comenzar a sentir emociones que usualmente no se permitía vivenciar, reapropiarse de partes suyas proyectadas en los otros. Puede expresar por primera vez su sentir auténtico, el cual no se permitía mostrar por resultarle amenazante, sintiéndose recibido/a por el entorno, es decir por su terapeuta.
En mi práctica como terapeuta me he dado cuenta de que no hay experiencia que me conmueva más, que me dé más ganas de acoger y a la vez que me genere más respeto y admiración que el ver a una persona desnudando sus partes más vulnerables frente a mí y conmigo, el mostrarme aquel tesoro que yace en sus profundidades, resguardado dolorosamente. El poder recibirlo y darle un lugar de respeto, como algo sagrado, me hace sentir profundamente conectada con la persona que está frente de mí. Celebro silenciosamente cada una de sus lágrimas, porque sé que la experiencia de abrirse, de revelarse y de mostrarse conlleva el ir integrando las diferentes partes de su ser e irse convirtiendo en una persona más completa.
Psic. Teresa Salgado
Psicoterapeuta Gestalt
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